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Disfunción miccional (EMOL)

Disfunción miccional; una de las consecuencias de “aguantarse” el pipí.

Es una condición que se da sobre todo en niños, en especial en mujeres. Es poco diagnosticada y si no se trata puede llegar a comprometer la función renal.

Por M. Francisca Prieto, Emol
Sábado 08 de junio de 2013, 07:00

“¡Necesito ir al baño!”, le dice una niña a su mamá. “Ay, no, espérate hasta que lleguemos a la casa, porque acá los baños son sucios”, es la respuesta de la madre. Un diálogo común y corriente que puede parecer muy inofensivo, pero que no lo es tanto, ya que el típico “aguantarse” es uno de los varios malos hábitos que pueden llevar a que un niño -y también un adulto- desarrolle la denominada “disfunción miccional”, cuyas consecuencias pueden llegar a ser importantes.

Se trata de una patología poco diagnosticada, que se define como una alteración en la fase de vaciamiento al orinar. “Es un trastorno urinario, caracterizado por una contracción involuntaria del esfínter o de la musculatura del piso pélvico durante la micción”, explica Alejandra Budinich, kinesióloga de la Corporación Mater.

Esta condición se da principalmente en niños, aunque entre un 0,5 y 2% de los adultos puede presentarla. Además, por lo general es más frecuente en las mujeres, debido a que -según la especialista- son ellas las que tienen más alteraciones en los hábitos miccionales.

¿Cómo darse cuenta? La kinesióloga afirma que son varios los síntomas que hacen sospechar que un niño tiene una disfunción miccional:

– Incontinencia de orina durante el día y enuresis nocturna, o sólo incontinencia diurna (ojo: si un niño sólo se hace pipí de noche, no necesariamente tiene este trastorno).
– Dolor o dificultad para orinar (cuando va al baño y dice que le cuesta hacer pipí, debe hacer fuerza para que salga o, después de hacer, se queda con la sensación de que quiere más).
– Urgencias miccionales (va corriendo al baño).
– Poca o mucha frecuencia de orina durante el día (cuando va menos de tres o cuatro veces, o más de siete veces al baño).
– Infecciones urinarias recurrentes.

Sin embargo, también pueden presentarse síntomas más complicados como pielonefritis (infección urinaria alta) o reflujo vesicoureteral (cuando la orina sube desde la vejiga al riñón), todo lo cual puede llegar a comprometer la función renal.

No obstante, el diagnóstico definitivo lo entrega un examen denominado uroflujometría, el cual detecta la actividad electromiográfica de la musculatura del piso pélvico. “Al niño le ponen unos electrodos en el esfínter y le piden que haga pipí. Entonces, la uroflujometría observa el comportamiento del flujo de la orina, si es constante o intermitente, y además la actividad de la musculatura del piso pélvico durante la micción”, explica Budinich, y agrega:

“Durante la micción el esfínter debería estar completamente relajado. Entonces, en los pacientes con disfunción miccional la actividad electromiográfica aumenta, o sea, se aprieta el esfínter cuando está orinando”.

Tratamiento

Según la kinesióloga, es fundamental detectar el trastorno a tiempo, ya que si es así es posible manejarlo sólo con el aprendizaje de hábitos miccionales. De lo contrario, el niño debe ser llevado a terapia kinésica.

“La terapia se realiza en la Corporación Mater, cuyo fin es prevenir y diagnosticar a tiempo patologías renales (…) Generalmente cuando un niño es derivado, lo primero que se hace es una educación. Se le enseña qué es lo que debe hacer y qué no, cómo funciona el sistema urinario, etc. Una vez que sabemos que tanto el niño como su familia entiende cuáles son las cosas que le hacen mal, recién ahí comenzamos con los ejercicios”, cuenta la kinesióloga.

Éstos por lo general están dirigidos a entregarle herramientas al niño para que controle su esfínter, es decir, para que aprenda a abrirlo y a cerrarlo cuando corresponde. “Primero se hacen de forma manual, con espejos, y luego apoyados en el biofeedback, un equipo que le permite al niño mirar en una pantalla la actividad de su músculo”, sostiene la especialista.

De esta manera, el objetivo final del tratamiento no es sólo que el niño se mantenga seco, sino que aprenda a vaciar su vejiga por completo.

Alejandra Budinich puntualiza que la cantidad de sesiones de terapia kinésica dependen de cada paciente, aunque por lo general son de entre seis y 10, que inicialmente se realizan dos veces por semana para enseñar y corregir los ejercicios, para que el niño tome conciencia de la importancia del tratamiento y para crearle hábitos miccionales.

Una vez cumplidas las sesiones, el niño debe continuar con los ejercicios en su casa y volver a control en un mes. Sí va todo bien, es dado de alta, aunque hay que considerar que un porcentaje recae en la disfunción. “Las recaídas están asociadas a una alteración nuevamente de sus hábitos miccionales”, indica la kinesióloga, quien añade que el aspecto psicológico no está muy relacionado con este trastorno. “Por muchos años se asoció la disfunción miccional al tema psicológico, pero se ha descubierto que en realidad hay una patología detrás”, concluye.